TIERRA
Yo fui feliz
en la tierra.
La
puerta era de madera recia,
con pestillo
y aldaba ferruginosos.
Las
rendijas dejaban pasar el viento ronco
que me
asustaba de noche,
y por
el ojo oval de aquella cerradura
divisaba
historias infantiles,
de pie,
subido al banco
que mi
padre me hiciera para el colegio.
En
aquella época los niños íbamos a la guardería
con una
peseta en la mano
y un
banco debajo del brazo,
la pobre
señora viuda nos aguantaba como podía
hasta la
hora de la comida,
para que
nuestras madres
pudiesen
faenar tranquilas.
Esperaba
verlo aparecer
desde que
marchó a Alemanía,
y se
despertaba el sol, y mis hermanos,
y se
acostaban otra vez,
y no
venía.
Yo
mientras tanto jugaba,
soñaba,
que siempre fui soñador,
y estaba
pendiente de mi madre,
y entretenía
a los más pequeños.
Era un
enano entonces,
miro atrás
y me estoy viendo.
¿Qué
tiene la memoria que es tan exacta,
que guarda
hasta los sentimientos?
La ventana
era de madera,
como dos
inmensas puertas,
con cristales
y cruces en hilera,
tenía contraventanas
con pasadores
de hierro
y una robusta
persiana,
de madera
laminada,
enrollada
allá en el cielo,
cubierta
de pintura envejecida,
granate,
con un
alfeizar muy grande
como un
patio de recreo,
era una
cárcel
con fuertes
barrotes de hierro,
donde las
madres de entonces
plantaban
sus pequeños huertos
de geranios
y hortensias blancas.
Mi casa
era algo fría.
Entonces
el invierno era diferente,
existían
los sabañones
y los
pantalones cortos,
los calcetines
largos
y los
zapatos Gorila.
Los charcos
se helaban de noche.
Mi madre
me hizo un jersey
de lana
verde.
Las sillas
eran de madera,
y la
mesa del comedor,
y la
del patio, y la cuna,
todo lo
hizo mi padre
con esas
manos gruesas
y pequeñas,
pero para
mí tan grandes.
Teníamos
un patio con tierra,
al fondo
estaba el retrete,
como una
casa pequeña,
de juguete.
Yo le
vi hacer la nevera
con madera,
con corcho,
con chapa
galvanizada
y jugaba
con los alicates;
el serpentín
de plomo,
el depósito
del agua,
el grifo,
las bandejas,
los herrajes
plateados
y la
pintura blanca.
cada día iba a
comprar la nieve,
una peseta
un cuarto de barra,
y la amarraba
al portaequipajes.
Circulaban
bicicletas
y destartalados
carros con mulas secas;
el chambilero
gritaba por las esquinas
en las
tardes de verano
Y yo
hacía los recados en la siesta.
Con la
lechera en la mano
a comprar
leche de cabra
a Manolo
el de la esquina;
iba a
buscar el petróleo,
un litro
para la cocina,
un
cartucho de cacahuetes al horno de Caelo
para el
postre del tío Paco,
al que
yo llamaba chache,
me lo
encargaba mi abuela.
Yo nunca
tuve un abuelo.
Era
verano.
Yo fui
feliz en la tierra,
pero quedó
en mi memoria
ese color
gris plomizo,
esa carga
de tristeza,
al fin el
color sepia
de las
fotografías antiguas,
y me
acompañó en mi vida.
Es difícil
conciliar el dolor,
la pena,
la nostalgia,
la melancolía,
la belleza,
la sinceridad,
los recuerdos,
las vivencias,
la felicidad,
el sol,
el mar, la vida,
aunque yo
sigo creyendo
que fui
feliz en la tierra.
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